Foto: Ana Laura Delgado |
...un deseo muy mío, que pretendo ofrecer a ustedes: pensar la gran Historia Universal desde México, desde nuestra realidad de mexicanos. Y eso significa una toma de conciencia, de vivir en este país, de proceder de las tradiciones de las que procedemos: la occidental y la mesoamericana, despertar este orgullo de haber nacido en el centro del mundo. Mexico: en el lugar del ombligo de la luna. La responsabilidad que tenemos por llevar la sangre que portamos y por tener las tradiciones que tenemos.
Ahora tenemos esta historia. Se llama Dido para Eneas. Nace de mi gran amor por la cultura latina y en particular de La Eneida de Virgilio. Yo soy una gran lectora de épica y creo que la épica es eterna. La podemos leer y llevar en la voz, e involucrarnos todos. Mis libros favoritos son La Iliada, la Oidesa, la Eneida, la Divina Comedia de Dante. Y qué curioso que estos libros, que desde niña yo escogí como favoritos, siguen el mismo sueño humano, el espíritu del hombre. En la Eneida, Virgilio, lo que quiere hacer es el poema nacional romano, y como era un grandísimo poeta, no fue una propaganda, a través de él emergieron todos los sueños y este despertar del alma humana, guardado en el espíritu de los griegos. Escribe esta obra con un héroe que se llama Eneas... Esto que decimos que es leyenda, es historia... historia que se convirtió en mito y luego en portentosa literatura, gracias a Homero, gracias a Virgilio.
Cae Troya y en medio de la destrucción y el fuego, Eneas salva a su padre Anquises, a su esposa Creúsa, que luego se pierde, y a su hijo Iulo. O Ascanio, pero llamado Iulio y que será el remoto ancestro legendario de Julio César. ¿Qué tenemos? Que la Historia y la Leyenda se convierten en nuestra sangre y nos corren por las venas.
Julio César decía: Yo vengo de Venus, porque Eneas era hijo de Venus. La Diosa del Amor. Todos somos hijos del Amor. César tenía un anillo y el lema de este era "Venus in armis". ¿Qué mas poderoso que el amor? Y nada más poderoso que el amor cuando se habla, cuando se expresa.
Eneas tiene la visión de funda una ciudad eterna, los dioses se lo inspiran. Están huyendo de Troya, Troya tiene que continuar, ser eterna. Los oráculos le dicen que vaya al Poniente, a la Hesperia, la tierra de la tarde, donde el Sol se pone...
Una tempestad lo sorprende en las costas del norte de África, donde acaba de llegar una reina peregrina, que se llama Dido. Viene de Fenicia, de la soberbia ciudad de Tiro, porque su hermano Pigmalión ha asesinado a su esposo Siqueo y está dispuesto a matarla a ella. Nadie sabía quién había matado a Siqueo, pero este se aparece a Dido en un sueño y le revela que su homicida fue Pigmalión. Dido escapa a las costas de África, repartidas en reinos bereberes y ahí pide al rey Jarbas que le otorgue una porción de tierra. Con una estratagema Dido se hace de su reino, y ella empieza a construir una ciudad a la manera de los sueños, donde las esculturas reflejan el acontecimiento más importante: la guerra de Troya.
Y allí desembarca Eneas. Esta novela es realista, y a la manera humana refleja el mandato de los dioses: que Dido se enamore de Eneas perdidamente, para que lo proteja. Cuando los dioses deciden que ya no les sirve este amor, abandonan a Dido a su propia suerte. Y aquí el enorme poeta de Mantua crea un personaje femenino gigantesco, resplandeciente en sus sombras. Para mí, Dido de Cartago es el personaje femenino más notable de toda la épica, precisamente por su humanidad, por la miserable condición que la reduce su gigantesco amor. Contra todos, Dido, contra su ciudad, los reyes africanos, los dioses, y el mismo Eneas.
Dido eterna en su dolor, en su entrega, en la hoguera que la devora, como dijo Quevedo de sí mismo, polvo enamorado.